Hablemos de mi primera vez, pero esa que tú estás pensando NO, que te estoy viendo venir Juan. Sino de mi primera vez como Social Media y Community Manager (y de como me dejé robar, también :/)
Nos remontamos a 2024, cuando yo, toda ilusionada, con una carrera recién sacada en el bolsillo y con mis ansia voraz de comerme el mundo del marketing y la comunicación digital decido crear mi marca personal: Pé.
¿Y por qué Pé?
Gracias por preguntar Juan, sabía que en algún momento ibas a caer (de la misma manera que caí yo). Pé viene de la letra «P«, que si la lees, se pronuncia como <pe>, ¿lo pillas?. Sabía que podía confiar en ti y que ibas a entenderlo a la primera, mis clientes son los más inteligentes, así que si aún no lo eres no sé que haces esperando para ponerte en contacto conmigo y que charlemos ;).
Una vez que ya sabéis de donde viene Pé, podemos seguir con esta interesante historia de la que espero que muchxs de vosotrxs aprendáis para no cometer el mismo error que yo (error del que tampoco me arrepiento, porque gracias a él estoy aquí haciendo lo que quiero, como quiero, donde quiero y ganando dinero sin volver a pillarme los dedos).
La realidad de esta historia, es que he aprendido más que en cualquier curso de esos de 500 pavos que te venden por Instagram o Tik Tok, ni siquiera en el master donde me especialicé para que justo esto no pasara, pero la única realidad que nadie te enseña es la de que sin el prueba y error jamás vas a dejar de pegarte hostias como panes.
Cómo os comentaba, en 2024 empecé a vender mis servicios al público al mismo tiempo que trabajaba en un bar a media jornada, al mismo tiempo que terminaba el master. ¿Y cuál es la mejor forma de venderte trabajando de cara al público?. Pues, entre café y café, le dejaba caer a los que yo consideraba posibles futuros clientes qué hacía en mi tiempo libre cada vez que me preguntaban: ¿Y, cómo estás?, ¿sigues estudiando?, y un sin fin de preguntas de ese estilo. Entonces, fue ahí cuando cazé a mi primera presa…
La dueña de una asesoría de la zona (clienta de mi queridísimo bar desde hace unos cuantos de años) quería darle vidilla a sus redes sociales, ya que hacía poco que había decidido lanzarse al maravilloso mundo del autónomo (que de maravilloso tiene nada, pero ese es otro tema del que podemos hablar en otro momento) para abrir junto a otro socio su propia asesoría. Tras comentarme su caso, yo, con más pasión que sentido común, dije que sí sin pensarlo. (Spoiler: siempre hay que pensarlo).
Evidentemente, quedamos los 3: ella, el socio y yo, para hablar un poco sobre el punto en el que se encontraban sus redes sociales (y ellos también, porque iban más perdidos que un pulpo en un garaje) y también, para fijar el presupuesto. ¿Mi fantástica y maravillosa propuesta? pedir 200 euritos mensuales por gestionar su contenido, crearlo y editarlo, elaborar una estrategia digital sólida para sus redes y ejercer de community manager -un precio que hoy me hace reír y llorar a la vez-. Porque, Juan, por ese precio regalé mi tiempo, mi talento y hasta un trocito de mi alma digital. Pero bueno, las deudas había que pagarlas de alguna forma, ¿no?.
Durante meses puse todo mi empeño, mis horas y hasta mis fines de semana en sacar adelante su redes. Y aunque podría quejarme de lo poco rentable que fue, prefiero quedarme con lo que me enseñó para que a la próxima, estuviese segura de que eso no iba a volver a suceder.
- Que el tiempo vale,
- Que tu trabajo no es un favor,
- Y que a veces hay que tropezar con un cliente low cost para entender cuánto vales de verdad.
Fue una experiencia agridulce, como esos primeros amores que te marcan y te rompen (a ver qué vas a pensar, que te estoy vigilando) pero que te enseñan y te recuerdan lo mucho que vales y que NO eres INSUFICIENTE. Así que como una reina, y a pesar de salir con las manos vacías (y los reels llenos), salí sabiendo que esto es lo mío. Que lo haría mil veces más, pero mejor, con contrato en mano, precio digno y dejando claro mi valor. Porque Juan, el que quiere tus servicios, le va a importar un pepino cual sea, porque va a confiar en ti más que en el borrador de hacienda cuando le dice que no tiene que pagar.
Así que sí, 2024 fue el año de mi primera vez, y aunque me dejé robar, hoy lo cuento con orgullo, porque de los errores se aprende… y vaya si aprendí.
¿Y tú?, ¿recuerdas tu primer cliente?. Cuéntamelo en comentarios que quiero saber si fui la única que salió con el corazón (y el bolsillo) roto.
Recuerda, si no quieres liarla parda como yo…
Deja una respuesta